Si observamos con detenimiento a los niños podemos extraer una serie de
conclusiones acerca de sus comportamientos y aprender unas cuantas
lecciones importantes que podríamos aplicar a nuestra rutina diaria. ¿Rutina y
niños en la misma frase? En fin… Por regla general los niños son felices, están
habitualmente contentos, duermen a pierna suelta (más o menos tiempo, eso va
por barrios) y mientras duermen sueñan porque se acuestan sin preocupaciones;
por regla general se levantan contentos, con el rostro iluminado y con ganas de
comerse el mundo; durante el día dejan volar su imaginación y eso les lleva a
aprender constantemente, a asumir riesgos y a hacer cosas increíbles que nos
sorprenden a los adultos y que los padres contamos llenos de orgullo y
satisfacción a los otros papás y mamás.
Circulan por internet muchas “listas de las cosas que los adultos
tienen que aprender de los niños”. No he querido leerlas. Por eso tampoco
recopilo titulares sino que simplemente me propongo reflexionar en cuatro
párrafos sobre lo que veo cada día, cuando me paro a mirar.
Nada exhaustivo. Nada sistemático. Soy consciente que me dejo muchas
cosas. Y que lo que cuento bien podría ser una conversación de bar donde todo
se simplifica y sobre la que podríamos debatir mucho.
Pero la idea de escribir el artículo de esta semana sobre este tema sí
que viene a raíz de un post leído en otro sitio: todos necesitamos un club de la canica. Ahí he visto el
siguiente video y por eso me he animado con la reflexión de más abajo.
Los niños son curiosos. No tienen vergüenza de preguntar nada. Papá, ¿por
qué tu barriga está tan gordita después de comer? Lo dicho… Simplemente
preguntan porque son conscientes de que no lo saben todo y de que tienen
tienen una oportunidad única para aprender. ¿Acaso cambia algo en la edad
adulta? ¿Acaso debemos dejar de preguntar/nos cosas? ¿Acaso sabemos mucho más?
No dejes de preguntar a los demás simplemente porque has cumplido años. Deja la
vergüenza de lado. Y no sólo a los demás. Cuestiona todo. La curiosidad
debe ser nuestro sexto sentido. Pregúntate a ti mismo sobre cualquier tema. Y
pregúntate por qué hacemos las cosas de la forma en las que las hacemos.
Cuestionar los paradigmas y huir de las rutinas es la manera de descubrir
nuevas teorías o de encontrar una manera más fácil y eficiente de hacer algo.
Es la forma de progresar. Cuenta honestamente a los demás tus propias
experiencias por si alguien puede sacar una conclusión interesante sobre ellas.
No te autolimites.
Siguiendo con el hilo argumental del párrafo anterior podríamos apreciar
cómo los niños prestan atención a todo lo que les rodea, al más insignificante
detalle, Javier puede tirarse una tarde entera simplemente viendo cómo se organizan
las hormigas. Seguro que si en la edad adulta prestáramos más atención a
los detalles, las cosas insignificantes de la vida nos servirían de inspiración
para nuevas historias.
Otra cosa envidiable de los niños es su falta de prejuicios. A la clase
de Alberto iba el año pasado una nena con Síndrome de Down. Alberto sabía que
tenía algo que la hacía distinta. Pero no por eso dejaba de incluirla en todos
sus planes. Para él, ella simplemente era especial. En el mejor de los sentidos.
Y también tenía mucho que aprender de ella. A buen seguro que si nos
liberáramos de nuestros prejuicios en la edad adulta, tendríamos nuevos motivos
de satisfacción. Entre otras razones porque la falta de prejuicios nos
permitiría probar cosas nuevas. Nuevamente progresar.
Los niños son osados y atrevidos como decía el video anterior.
Bueno, creo que los niños más que valientes son inconscientes. Pero sea como
fuere, esa inconsciencia les lleva a asumir riesgos. La inconsciencia de
por sí no es negativa. Sobre todo si la pudiéramos controlar mínimamente. Lo
ideal sería poder tomar decisiones informadas y meditadas pero sin temor a
asumir riesgos. Porque los niños nos demuestran que más veces de las que
pensamos podemos conseguir hacer aquello que nos propongamos. Simplemente
hazlo. Aunque salga mal, siempre será mejor que quedarse de brazos cruzados.
Y por último quiero destacar una cualidad de los niños. Y es que no
sólo son agradecidos, sino que no les importa demostrar su agradecimiento. Si
hiciéramos lo propio en la edad adulta con los compañeros de trabajo o con los
clientes que tengamos, a buen seguro que nos irá mejor. Porque todas las
personas se sienten reconfortadas si les das las gracias cuando hacen algo
bien. Y eso les llevará a fortalecer el carácter y volver a hacerlo.
Lo dicho, es simplemente una conversación de bar…
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