Balenciaga se atrevió a crear vestidos sin tener
en cuenta la forma del cuerpo. Después, llegaron los demás.
En 1997 la marca japonesa Comme des Garçons colaboró
con el coreógrafo Merce Cunningham. Las bailarinas aparecían con diseños que
les distorsionaban el cuerpo: simulaban jorobas, barrigas y malformaciones. Al
menos eso pensaron ciertos cronistas, desde sus respectivas tribunas. El vídeo
de aquel ballet/desfile recibe al visitante en la exposición Game changers, en
el Mode Museum de Amberes. Pero, tras ver el vídeo, si uno gira la cabeza, se
encuentra con una de los vestidos de aquel show enfrentado
a otra pieza muy parecida en las formas, aunque firmada en los años cuarenta
por Cristóbal Balenciaga.
A partir de ahí, se suceden una serie de espacios que
tratan la deformación que
ciertos creadores han aplicado al cuerpo vestido. De Margiela a Sybilla, de
Yamamoto a Rabanne, pero siempre en conversación con distintos diseños del
maestro de Guetaria. “Balenciaga fue el pionero en jugar con la abstracción en
el vestir”, comenta
Miren Arzalluz, historiadora y comisaria de la exposición. Si algo enseña el
paseo por esta heteredoxa historia del vestido es que las prendas pueden (y a
veces deben) trascender el propio cuerpo.
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