Christine Nagel, artífice de Galop, la última
gran creación olfativa de Hermés, nos cuenta en exclusiva algunos de los
secretos de su talento único
De niña mi nariz no me gustaba porque me
parecía grande. Ahora en cambio es mi gran valor. ¡He aquí cómo transformar un
complejo en fuerza! El olor que marcó mi infancia, mi ‘magdalena de Proust’, es
el de los polvos de talco que mi madre ponía a mi hermano. Sigo siendo muy
sensible a él. Me pregunto cuándo me di cuenta de que poseía un talento
olfativo especial, pero no puedo recordar un momento exacto. Todo ha ido
sucediendo de forma gradual. El azar hace bien las cosas.
Tampoco sé cuándo empecé a asociar colores y
olores, lo cierto es que a mí un olor se me aparece con un color y una textura.
Puedo ver mis creaciones como pinturas. Entrar en el universo Hermés supone una
enorme responsabilidad y una alegría infinita. Mi antecesor, Jean-Claude
Ellena, ha creado un estilo depurado, natural y elegante. Yo aporto otra faceta
más carnal. Si Galop fuera un color sería el rojizo del caballo. Si fuera un
cuadro, sería alguno de Sonia Delaunay. Si fuera un carré, el 140 en bandana”.
PUESTA EN ESCENA
Galop, a la venta este mes
En el Palais de Chaillot, ante un grupo de
periodistas, Hermés presentó su nueva gran creación. Antes de que se sirviera
una cena informal junto a los enormes ventanales, tras los que se podía ver la
Torre Eiffel iluminada, dos bailarinas dieron vida a la coreografía A gallop,
de Angelin Preljocaj.
Christine Nagel subió también al escenario
para contar algunos de los secretos de su obra: el aroma de fondo de Galop se
gestó en “la cueva de Alí Babá de Hermés”, el almacén de los cueros de la
marca, donde ella pasó horas “con la carne de gallina, oliendo cueros y
colores”. Fuera, la vida de la plaza del Trocadero era la de siempre y un grupo
de parejas bailaban tango con la música de un móvil. Dentro, los invitados
bailando con absoluta libertad parisina.
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