Tras una serie de
presentaciones de las grandes marcas el domingo, una duda parece flotar durante
la primera jornada del Mobile World Congress
Con el MWC recién
inaugurado, los pasillos rebosaban de gente corriendo de forma frenética de un
sitio a otro. Como si el mundo se fuese a terminar mañana. Muchos de los stands
si se saca la lupa se comprueba que son tan espectaculares como predecibles.
Abundan en ellos tecnologías que
poco después de ser presentadas dieron claros signos de debilidad. Como es el
caso de la realidad virtual, que sigue presente en este MWC pero nadie sabe muy
bien qué papel puede desempeñar en nuestra cotidianidad.
Una de las pocas tecnologías
que de verdad abren una puerta al
cambio en este MWC son las redes 5G, cuyo desarrollo parece avanzar respecto a
lo visto hace un año. Aunque no podemos ver cercano su despliegue masivo. Estas
redes ofrecen mucho más que una conexión con mayor rapidez y latencia. Lo
importante no es que el 5G permita descargar rápidamente series televisivas en
plena calle o hacer una videollamada en un tren de alta velocidad.
Su verdadera importancia está
en que esta nueva infraestructura
de redes cambiará el actual modelo productivo, junto con el aprendizaje
inteligente de las máquinas. Algo que como es evidente tiene un profundo calado
económico y político. Las redes 5G permitirán controlar de forma remota
factorías de producción sin apenas obreros, que por las calles circulen coches
y autobuses sin conductores o que se multiplique el número de sensores para
controlar desde el riego agrícola hasta el alumbrado público.
El aprendizaje inteligente de
las máquinas, del que parece que se hablará mucho en este MWC, es también un
tema crucial en este salto. Aunque son pocos son los que tienen la materia
prima de la que se nutre esta forma de inteligencia artificial: grandes
cantidades de datos a las que sólo tienen acceso un puñado de empresas y algún
que otro gobierno, como
el de China. Ambas cosas marcarán un futuro que todavía estamos a tiempo de
que sea positivo, y no sólo algo
que beneficie a unos pocos y empobrezca a muchos.
El teléfono inteligente es un
elemento clave en nuestra vida 10 años después de que se presentase el primer
iPhone. Pero el sector prácticamente está en el mismo estado en el que se
encontraba el PC antes de que apareciera el primer iMac: desorientado. De
hecho, resulta sorprendente que
en este último año se haya tirado la toalla en cosas como intentar concebir
teléfonos modulares. Una tecnología que antes o después es probable que sea
retomada en serio, con un enfoque diferente al del malogrado proyecto Ara de
Google.
Poco o nada se habla en
encuentros como este MWC sobre si el sector tecnológico debería estar
colaborando en un tema crucial: universalizar el debate sobre la renta básica
universal. Sin el desarrollo de
ese instrumento las tecnologías con más futuro de esta feria se tornan
inquietantes, pues pueden provocar despidos masivos y generar un profundo
malestar social. Algo que debe ser contrarrestado y la industria tecnológica no
puede mirar hacia otro lado.
El domingo previo a la
inauguración del MWC, dejó en el ambiente un cierto cansancio. Este se
reflejaba en los rostros de los periodistas que no pudieron entrar en la
presentación del Huawei P10. Ese
fallo de organización por parte de la empresa china pareció provocar malos
augurios. De hecho, mientras nos desplazamos por la ciudad buscando los lugares
habilitados por algunas grandes marcas del sector para sus presentaciones, las
impresiones no mejoraron demasiado.
Veníamos
de ver un LG G6 que tiene cierto interés, pero que desde luego está muy lejos de ser un producto que
arriesgue demasiado. El cambio en las proporciones de la pantalla es un truco
ingenioso, pero veremos cómo es recibido cuando salga a la venta. Samsung por la tarde se limitó a
presentar tabletas que tenían buena pinta sobre el papel, pero con un precio
que parecía pensado para convertirlas en un producto algo exótico. Sobre todo
si tenemos en cuenta que quiere operar en un terreno muy marcado por Apple, con
el iPad Pro, y por Microsoft, con su gama Surface.
La empresa surcoreana parece
que sólo quería dar un mensaje claro en Barcelona: nos vemos el 29 de marzo en Nueva York. Allí
será desvelado el Galaxy S8. Por su parte la gran novedad
de la nueva Nokia fue dar a
entender que su táctica de momento será vender barato. La
Motorola de Lenovo venía a contar lo mismo. Sin intentar ni unos ni otros
introducir algo de innovación en esa etérea categoría que es la denominada gama
media. Los tres smartphones de Nokia, ya desligada de Microsoft, son
atractivos; en cierta forma prácticos, como demuestra que cuenten con una
versión pura de Android 7. Pero también son soporíferos.
Si nos atenemos a lo que nos
pudieron contar los compañeros que lograron entrar en el evento de Huawei, el
P10 tampoco rompe moldes. Más potencia, más prestaciones. Poca creatividad. Un aplauso aburrido para el terminal
chino. Que el protagonismo ayer se lo llevase la renovación del viejo Nokia
3310, nos da una pista clara: la industria de los dispositivos móviles
demuestra necesitar urgentemente fuertes dosis de imaginación. El nuevo 3310 es
un aparato simpático, pero prácticamente idéntico a muchos otros productos
pensados para los que no quieren o no pueden llevar internet en el bolsillo.
Por cierto, se siente mucho más frágil que el casi indestructible 3310
original. Así que si buscan resistencia, mejor
busquen en eBay.
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