La criptomoneda impide identificar la
procedencia y su origen,lo que facilita el blanqueo de todas las operaciones
ilícitas
Siempre hay
criminales, pero ya no son los criminales de siempre. El ciberataque global del viernes ha puesto de relieve el papel desempeñado por el
bitcoin, que fue la divisa escogida por los delincuentes para pedir los
rescates a las empresas atacadas por el ransomware.
Desde tiempos
inmemoriales y en las películas del hampa del cine negro, los rescates
acostumbraban en hacerse pagar en dólares (o rublos), a ser posible en billetes
de valor nominal pequeño, entregados en un maletín de cuero.
La operación,
incluso cuando salía bien (para los delincuentes, está claro), tenía algún
inconveniente: al pasar por el banco y al haber sucesivas transferencias,
aunque el dinero se ocultaba en paraísos fiscales, había cierta probabilidad
para los criminales de ser descubiertos.
Pero las modas
evolucionan, y en años recientes otras opciones tecnológicas de pago más
avanzadas han empezado a tener cierto éxito, como el Pay Pal o las tarjetas, aunque en este
caso, tras una denuncia policial, la compañía podía intervenir para bloquear la
operación.
La llegada de
las criptomonedas, en particular del bitcoin, la más famosa de ellas, ha
representado una vía de escape ideal. “Con el bitcoin no hay intermediarios y
es muy difícil de rastrear”, explica Víctor Escudero, experto en ciberseguridad
y uno de los pioneros del bitcoin en España.
Por definición,
las criptomonedas son monedas descentralizadas (no hay supervisión alguna, ni
de un banco central) que se intercambian a través de redes P2P ( peer to peer,
o de igua a igual) y están cifradas.
Para
convertirlos en euros o en otra divisa de curso legal, bastaría con acudir a un
cajero automático de esta moneda (eso sí, con la alerta puesta en las cámaras
de seguridad), pagar en bitcoins a las empresas que los aceptan (en Japón, por
ejemplo, ya se acepta como moneda de pago) o usar servicios web exchangers, que
facilitan la posibilidad de cambiar esta divisa virtual por otras monedas, como
una oficina de cambio en internet. Otras vías habituales para blanquear los
bitcoins procedentes de actividades ilegales son las web de juegos online o los
portales de trading.
Una buena muestra de su creciente popularidad
es el aumento de su valor. En los últimos cinco meses el bitcoin se ha apreciado
un 70%, hasta llegar a máximos históricos. En la actualidad, vale más que una
onza de oro (1.563 euros a las 18 horas de ayer contra 1.227). Se estima que
hay unos 15 millones de bitcoins circulando (que no están impresos).
No obstante, los expertos creen que esta
subida poco tiene que ver con el ataque informático. “El bitcoin es muy volátil
y sigue su propio curso. De hecho, el pasado viernes cayó. Los dos eventos no
están relacionados”, subraya Escudero.
En todo caso, después de lo ocurrido, el
bitcoin vuelve a estar en el ojo del huracán y de la polémica. Y no es lo peor.
Es bueno saber que existen otras divisas que, desde un punto de vista técnico,
son más adecuadas para ocultar el dinero, porque son aún más difíciles de
trazabilizar (en la jerga del sector), como el dash.
Pero una cosa es el instrumento y otra cosa
su uso. En este sentido, Escudero cree que bastaría introducir leyes que
obliguen a identificar la identidad de quién ordena la transacción para evitar
usos impropios de la moneda.
De hecho, algunos portales, incluso en
España, que sí aceptan pagos bitcoin, suelen pedir los datos personales de los
titulares en el momento de llevar a cabo la operación comercial. Y los
consumidores están encantados porque en este caso no pagan comisiones como
ocurre con la tarjeta.
¿Veredicto final sobre la criptomoneda?
Inocente. En efecto, el bitcoin, sostienen los especialistas, no es el culpable
en sí. No es más que un instrumento del que se hace un uso maligno. La prueba
es que los narcotraficantes –en carne y hueso– en su mayoría todavía usan
dólares para sus tráficos ilegales: los billetes verdes de siempre, reales como
la vida misma.
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