Dos restaurantes
barceloneses en los que se trabaja en familia, mirando hacia los sabores de la
memoria
Aunque haya
quien ha llegado a la conclusión de que abrir un restaurante con madres,
padres, hermanos o primos o hijos es la mejor forma de complicarse la vida, también hay quien lo
considera la única manera de afrontar con éxito una aventura sacrificada y
compleja; y quienes lo ven como una oportunidad para el reencuentro con los
suyos.
Este es el caso
de las dos familias y así se respira en sus pequeños restaurantes, Un’Altra
Storia (Saragossa, 122) y Plata Bistró (Sepúlveda, 23). En ambos se trabaja en
una pequeña cocina con una mirada hacia los sabores de la memoria y con la complicidad de quienes se
conocen bien.
Pepe Palo y
Maria Brusca son madre e hijo. “Yo tuve durante quince años mi restaurante en
Sicilia, Pepe llevaba quince años lejos de casa, en Barcelona. Cuando me pidió que le ayudara
no lo pensé dos veces. Ya habrá tiempo para jubilarse”.
Un’Altra storia
es, en realidad, una bella historia. La de dos enamorados de la cocina y
también de la despensa y
del recetario del lugar donde nacieron, San Giuseppe Jato (muy cerca de
Palermo). Pepe soñaba con abrir un pequeño restaurante de cocina siciliana
casera.
Antes trabajó
junto a Jordi Vilà en su antiguo restaurante Doppo y llegó a abrir con su
pareja de entonces el restaurante Z’alia, en Gràcia. Pasó el tiempo y sintió la
nostalgia de lo sabores. No tuvo que suplicarle a su madre que hiciera
las maletas.
“Si él no vuelve
a Silicia no me
quedaba más remedio que venir yo hasta aquí; mi marido viene y va”. En
Un’Altra Storia la cocina a la vista del comensal rebosa ingredientes sin los
que no podrían cocinar como
en su tierra.
“No tenemos
parmesano porque no es un queso que se encuentre en mi pueblo porque el queso más parecido al de
Parma que tomamos allí es el cacio cavallo; tampoco tenemos burrata, ni
pizzas”, explica Pepe, quien muestra las pasas minúsculas y delicadas
sicilianas, el orégano, o el vino blanco de una cooperativa cercana a su
pueblo.
Nada más
sentarse a la mesa, una sabrosa caponata da la bienvenida y marca el
territorio. Platos sencillos, cero sofisticación, como los tomates
secos rellenos con miga de pan tostado, la frittata (una sencilla tortilla
rellena de queso de oveja curado y menta), las albóndigas con sardina y tomate
(les falta jugosidad); o la pasta casera, muy buena, con sardinas, pasas,
piñones y la planta del hinojo, un bacalao correcto o el postre siciliano por
excelencia, el cannoli, que merece la visita.
También la cocina de la memoria tiene un lugar en Plata Bistró, el pequeño
restaurante que los hermanos Víctor y Mario García, nacidos en Fraga, abrieron
a finales de julio. Su abuela, Lola, regentaba el bar Plata de Teruel. “Si allí
decimos que somos los nietos de Lola del bar Plata todo el mundo sabe de qué
hablamos”, explica Mariano, el cocinero.
En honor a la abuela, adoptaron el nombre
(adaptado como Plata bistró) y los callos, que ella bordaba y que también borda
Víctor. Pasó por Arzak, por Larumbe y trabajó en Suiza. Y encontró en su
hermano, sociólogo, al cómplice perfecto para atender la sala mientras él se
desenvuelve en la minúscula cocina.
Más que carta, ofrecen
platos del día que proyectan en la pared: productos de temporada como los ceps con praliné de
piñones, el turbot con boniato y migas, el hatillo de perdiz, uno de los más
sabrosos, o el postre de tatin de mango con helado.
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