Jaime Tejedor es el jefe de
cocina en el espacio que ocupó el restaurante Beltxenea.
Sólo quienes conocieron el
Beltxenea reconocen la vajilla estampada, sello de la casa, en el comedor del
nuevo Rilke (Mallorca, 275). Algunos de aquellos platos descansan sobre la mesa
junto a las cubiteras con vinos y otra vajilla lisa. Es una de las
reliquias que encontraron, antes de hacer las obras, los nuevos propietarios
del local en el piso principal del Eixample que albergó aquel clásico de raíces
vascas.
Ni los jóvenes emprendedores
del Grup Confiteria, socios del local con los dueños de otro grupo, el Kafka,
ni el chef del Gresca, Rafa Peña –asesor de lujo–, ni su jefe de cocina, Jaime
Tejedor, llegaron a asentarse en los comedores del Beltxenea.
Allí encontraron también pequeñas joyas
embotelladas que quedaron abandonadas como si sus dueños se hubiesen
marchado con prisas y que ahora guardan en una bodega acristalada desde la que
se accede –con llave secreta– a uno de los tres reservados; el segundo será un
reducto para amantes del whisky (con botellas a precios pecaminosos), de los
puros y las sobremesas. El tercero se encuentra en la coctelería.
Es inevitable hablar del
espacio antes de hacerlo sobre la cocina, en la que tendrán que hacer magia
para compensar la falta de metros. Y es que el Rilke, en el que algunos
reconocerán la esencia de un Beltxenea muy bien rehabilitado, es un
reflejo de los tiempos en que la sala lo era todo y nadie se acordaba de
que los cocineros necesitaban poder moverse para trabajar.
Nada más acceder al piso se
encontrarán con una coctelería en la que sirven combinados vistosos y sin
excesivas complicaciones: déjense aconsejar, porque si hay algo que caracteriza
a estos emprendedores de Grup Confitería, además del olfato para los espacios
con magia, es el talento para la coctelería, que les ha aportado ya un
montón de premios.
No teman tampoco el lujo del
comedor: vaya por delante que la relación calidad precio, de momento, es muy
buena (el ticket medio es de unos 45 euros). Para un local clásico, al que da
nombre uno de los grandes poetas universales, se ha optado por una carta
inspirada en platos también clásicos a los que los chefs aportan un guiño.
No deberían perderse las
mollejas con ostras y cebolla frita; los calamares cortados como si fueran
espaguetis y preparados a la carbonara (esta sí con huevo) o la escudella de
pescado con salmonete, raviolis (habrá que revisar el punto de cocción de la
pasta) de gambas y pelota de corvina.
Y, si son golosos, rematen la
comida con el flan de azafrán y helado. Al frente de la sala, Susana Krcivoj,
quien llega con la experiencia de casi una década sirviendo en el Hisop de
Oriol Ivern. El chef del Gresca, Rafa Peña, no se hubiera lanzado a la aventura
sin tener muy claro con quién quería ir de la mano.
Y sabía que tanto ella como
Jaime Tejedor, años en el Saüc de Xavier Franco, una aventura en el Libentia
que lo convirtió en chef revelación 2010 (“bella pero breve: éramos demasiado
jóvenes y no nos entendimos entre los socios, pero aprendimos muchísimo”) y una
etapa en Londres. Tejedor arranca con ilusión: es metódico y
perfeccionista y con Peña y Krcivoj forman un equipo que promete. Esperemos que
la aventura funcione.
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