El tilo en el patio de acceso
al Castillo de Cuzcurrita lucía color oro cuando llegamos a bordo de un Bentley
Bentayga una tarde de noviembre.
Estamos en la zona más extrema y fría de la Rioja Alta, en
Cuzcurrita del Río Tirón. El castillo luce una hermosa Torre del Homenaje y ha
sido completamente restaurado. En interior alberga una pequeña pero
ultramoderna bodega, con capacidad para producir 200.000
litros. La vendimia del 2017 ha sido muy corta, apenas la mitad
de lo habitual, pero de gran calidad. La bodega solo produce tempranillo
plantado en vaso, solo de los términos municipales del mencionado pueblo y el
colindante, de manera ecológica, con rendimientos muy limitados. Todos sus vinos han reposado doce meses en
barricas de roble francés, con una crianza de al menos dos años en botella.
El nuevo y más
extraordinario de sus vinos, el Tilo, procede de una parcela centenaria, en la
que la mayoría de las cepas están plantadas en las fisuras de la roca madre.
Tan extraordinaria concurrencia de circunstancias solo podría dar un vino
extraordinario, con el buen hacer de la enóloga Ana
Martín. Para el gusto de este periodista, los vinos de Rioja
tienden a demasiado conservadores y con frecuencia se parecen unos a otros, con
una extraordinaria competencia de bodegas pequeñas y grandes. No es caso de
Tilo, me cuesta reconocer un rioja. Tiene nada menos que 97 puntos de Tim
Atkin, muy complejo pero elegante, acidez de corte atlántico, frutos rojos, muy
largo retrogusto. Felicitemos al potente grupo Bergé, que ha creado con mimo
una pequeña obra de arte, para su ya notable colección.
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