La capital
catalana asciende al ‘top’ de ciudades europeas por ‘start-ups’ tecnológicas y
talento internacional
“En los próximos cinco o
diez años, a medida que el ecosistema madure, seremos testigos de un tsunami
de empresas como en ningún otro lugar de Europa. Será un viaje divertido.
Id a Barcelona, conoced a algunos emprendedores, descubrid el próximo unicornio
y, sobre todo, id a un partido del Barça”. El inversor Mark Tluszcz describe
así en su blog la Barcelona’s rocking tech scene. “La ciudad muestra
signos de que se ha convertido en uno de los más vibrantes escenarios
tecnológicos de Europa”, apunta. Tluszcz es una rock star en el mundo
emprendedor: cofundador del fondo luxemburgués Mangrove Capital Partners,
inversor en Winx y en Skype, además de en varias start-ups catalanas
(Wallapop, Badi, Redpoints y Letgo), es también un enamorado de Barcelona y
elaborador de vino en el Penedès.
Hubo una época en la que en
Barcelona vivían Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez y no
hace falta explicar lo que eso significó para la ciudad. Es una añoranza
extendida sobre todo entre los que no conocen que ahora Barcelona es una ciudad
elegida por numerosas estrellas tecnológicas para hacer negocios y pasar la
mayor parte de su tiempo. Como Mark Tluszcz. O como Guy Nohra, inversor de
referencia en el mundo de la biotec en Estados Unidos, socio ahora de Alta
Life Partners en Barcelona.
Otro personaje que vive
discretamente en la ciudad es Óscar Salazar, uno de los cofundadores
de Uber. Cuentan que en algunos edificios del Turó Park, la mitad de los
vecinos son familias procedentes de San Francisco. Y entre los visitantes
frecuentes está Hiroshi Mikitani, “el Jeff Bezos japonés”, fundador de Rakuten –patrocina
la camiseta del Barça, compró Wuaki, ha invertido en Glovo, es socio
de Gerard Piqué–. Hay muchísima gente internacional que considera que
Barcelona es una world class city por descubrir, por las características que
ofrece y porque aún es competitiva en precios, sobre todo comparada con San
Francisco.
Este es un síntoma más del auge emprendedor y
tecnológico que vive la ciudad. En Barcelona funcionan unas 1.300 start-ups
digitales, y el sector emplea a unas 30.000 personas. Grandes multinacionales,
desde HP y Nestlé hasta Roche, Asics o King.com, tienen aquí centros de
desarrollo e innovación global. En el 2017 Barcelona se ha consolidado como el
primer hub de negocios digitales del sur de Europa: es la tercera ciudad
europea preferida por los emprendedores para crear sus nuevas empresas, la
cuarta ciudad europea donde más se invierte en start-ups y la quinta en número
de start-ups, según el respetado estudio del fondo europeo Atomico (ver gráfico
adjunto). Londres encabeza la mayoría de los rankings, y en liza están París,
Berlín, Amsterdam...
El inversor y preboste de Stanford William
Miller explicaba que cuando en los años cuartenta salió de Pittsburg y llegó a
San Francisco, pensó: aquí se puede vivir. “¡Y eso es lo que tiene Barcelona!”,
dijo en el 2007 cuando participó en el primer encuentro de hermanamiento entre
Barcelona y San Francisco. Lo recuerda Miguel Valls, inversor, emprendedor y
copresidente de la alianza entre las dos ciudades. “En esta época de
tecnología, el talento tiene la capacidad de decidir donde quiere vivir. El 50%
del éxito de Silicon Valley viene de la calidad de vida del ecosistema, algo
que Barcelona también tiene. El resto es lo que tienes que crear. En eso
estamos, somos un ecosistema en construcción”, dice Valls.
El actual éxito de Barcelona no ha salido de
la nada. Hace veinte años, Pep Vallès, fundador de Olé, auguró, en una
conferencia ante empresarios catalanes, que “Barcelona reúne las condiciones
para ser el Silicon Valley europeo”. Era 1999 y en Barcelona apenas se hablaba
de emprendedores ni de start-ups, pero The Industry Standard, magazine de
referencia de la nueva economía, convocó en el hotel Arts su primera
conferencia mundial: era mayo del 2000 y Barcelona se convirtió en “lo más
parecido a la capital mundial de internet”. (Luego estalló la burbuja puntocom,
e internet tardó un tiempo en renacer para cambiar el mundo).
El momento actual es fruto de años de
trabajo, pero la aparición de la ciudad en los rankings de potencias digitales
es muy reciente. “Hasta hace cinco años todavía no se podía hablar de
ecosistema en Barcelona. Ha sido gracias a una conjunción de factores”, dice
Joan Romero, consejero delegado de Acció, el organismo de promoción económica
de la Generalitat. En el plan de innovación 2001-2004 se empezó a hablar de
trampolines tecnológicos, pero no se creó masa crítica. Fue después.
Contribuyen la llegada del Mobile (2006) y la creación del 4YFN (2014) –el
impacto se traduce en que el 70% de las start-ups en Catalunya tienen
vinculación con las TIC–; también la creación en el 2013 de la asociación
Barcelona Tech City y la puesta en marcha de su emblemática sede en el edificio
histórico de Palau de Mar, el Pier 01 (en el 2016). Y haber sido punto de
atracción de gente de fuera con mentalidad emprendedora: el 14% de las start-ups
en Barcelona tiene fundadores extranjeros, y el 23% de los trabajadores del
ecosistema lo son.
“La joie de vivre de Barcelona es un activo
intangible increíble y que los emprendedores aprovechan en sus procesos de
contratación”, responde Tluszcz. Sin embargo, añade que “comparar Barcelona con
Silicon Valley sería como comparar un equipo de Segunda B con el Barça. Es un
defecto típicamente europeo, no es justo ni constructivo”.
Que no pueda equipararse a Silicon Valley (la
meca de la innovación nació de los semiconductores, impulsado por la industria
militar de EE.UU., y cuenta con unos volúmenes de financiación y talento
inalcanzables) no quita que Barcelona tenga “cosas que pocas ciudades en el
mundo pueden ofrecer”, apunta Miguel Valls. Se refiere a la calidad de vida,
ese concepto que incluye la geografía, el clima, el entorno social abierto y
cosmopolita, el conocimiento de idiomas, el mar, las infraestructuras. “No lo
tenemos todo todavía. Pero avanzamos”. El impulso que necesita ahora el
ecosistema son más historias de éxito. “Estamos aún lejos del círculo
virtuoso”. Hace veinte años, Pep Vallès vendió Olé a Telefónica y después nunca
más se supo de él. Pero en un ecosistema de éxito, los emprendedores deben
poder crear y vender empresas varias veces en su vida: “Crear un círculo
virtuoso es eso. Aportar experiencia, networking, invertir, mentorizar otros
proyectos”, señala Miguel Valls.
“En
los próximos cinco o diez años, a medida que el ecosistema madure, seremos
testigos de un tsunami de empresas como en ningún otro lugar de
Europa. Será un viaje divertido. Id a Barcelona, conoced a algunos
emprendedores, descubrid el próximo unicornio y, sobre todo, id a un partido
del Barça”. El inversor Mark Tluszcz describe así en su blog la Barcelona’s
rocking tech scene. “La ciudad muestra signos de que se ha convertido en uno de
los más vibrantes escenarios tecnológicos de Europa”, apunta. Tluszcz es una
rock star en el mundo emprendedor: cofundador del fondo luxemburgués Mangrove
Capital Partners, inversor en Winx y en Skype, además de en
varias start-ups catalanas (Wallapop, Badi, Redpoints y Letgo), es
también un enamorado de Barcelona y elaborador de vino en el Penedès.
Hubo una época en la que en Barcelona
vivían Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez y no hace falta
explicar lo que eso significó para la ciudad. Es una añoranza extendida sobre
todo entre los que no conocen que ahora Barcelona es una ciudad elegida por
numerosas estrellas tecnológicas para hacer negocios y pasar la mayor parte de
su tiempo. Como Mark Tluszcz. O como Guy Nohra, inversor de referencia en
el mundo de la biotec en Estados Unidos, socio ahora de Alta Life
Partners en Barcelona.
Otro personaje que vive discretamente en la
ciudad es Óscar Salazar, uno de los cofundadores de Uber. Cuentan que
en algunos edificios del Turó Park, la mitad de los vecinos son familias
procedentes de San Francisco. Y entre los visitantes frecuentes está Hiroshi
Mikitani, “el Jeff Bezos japonés”, fundador de Rakuten –patrocina la
camiseta del Barça, compró Wuaki, ha invertido en Glovo, es socio
de Gerard Piqué–. Hay muchísima gente internacional que considera que
Barcelona es una world class city por descubrir, por las características que
ofrece y porque aún es competitiva en precios, sobre todo comparada con San
Francisco.
Este es un síntoma más del auge emprendedor y
tecnológico que vive la ciudad. En Barcelona funcionan unas 1.300 start-ups
digitales, y el sector emplea a unas 30.000 personas. Grandes multinacionales,
desde HP y Nestlé hasta Roche, Asics o King.com, tienen aquí centros de
desarrollo e innovación global. En el 2017 Barcelona se ha consolidado como el
primer hub de negocios digitales del sur de Europa: es la tercera ciudad
europea preferida por los emprendedores para crear sus nuevas empresas, la
cuarta ciudad europea donde más se invierte en start-ups y la quinta en número
de start-ups, según el respetado estudio del fondo europeo Atomico (ver gráfico
adjunto). Londres encabeza la mayoría de los rankings, y en liza están París,
Berlín, Amsterdam...
El inversor y preboste de Stanford William
Miller explicaba que cuando en los años cuartenta salió de Pittsburg y llegó a
San Francisco, pensó: aquí se puede vivir. “¡Y eso es lo que tiene Barcelona!”,
dijo en el 2007 cuando participó en el primer encuentro de hermanamiento entre
Barcelona y San Francisco. Lo recuerda Miguel Valls, inversor, emprendedor y
copresidente de la alianza entre las dos ciudades. “En esta época de
tecnología, el talento tiene la capacidad de decidir donde quiere vivir. El 50%
del éxito de Silicon Valley viene de la calidad de vida del ecosistema, algo
que Barcelona también tiene. El resto es lo que tienes que crear. En eso
estamos, somos un ecosistema en construcción”, dice Valls.
El actual éxito de Barcelona no ha salido de
la nada. Hace veinte años, Pep Vallès, fundador de Olé, auguró, en una
conferencia ante empresarios catalanes, que “Barcelona reúne las condiciones
para ser el Silicon Valley europeo”. Era 1999 y en Barcelona apenas se hablaba
de emprendedores ni de start-ups, pero The Industry Standard, magazine de
referencia de la nueva economía, convocó en el hotel Arts su primera
conferencia mundial: era mayo del 2000 y Barcelona se convirtió en “lo más
parecido a la capital mundial de internet”. (Luego estalló la burbuja puntocom,
e internet tardó un tiempo en renacer para cambiar el mundo).
El momento actual es fruto de años de
trabajo, pero la aparición de la ciudad en los rankings de potencias digitales
es muy reciente. “Hasta hace cinco años todavía no se podía hablar de
ecosistema en Barcelona. Ha sido gracias a una conjunción de factores”, dice
Joan Romero, consejero delegado de Acció, el organismo de promoción económica
de la Generalitat. En el plan de innovación 2001-2004 se empezó a hablar de
trampolines tecnológicos, pero no se creó masa crítica. Fue después.
Contribuyen la llegada del Mobile (2006) y la creación del 4YFN (2014) –el
impacto se traduce en que el 70% de las start-ups en Catalunya tienen
vinculación con las TIC–; también la creación en el 2013 de la asociación Barcelona
Tech City y la puesta en marcha de su emblemática sede en el edificio histórico
de Palau de Mar, el Pier 01 (en el 2016). Y haber sido punto de atracción de
gente de fuera con mentalidad emprendedora: el 14% de las start-ups en
Barcelona tiene fundadores extranjeros, y el 23% de los trabajadores del
ecosistema lo son.
“La
joie de vivre de Barcelona es un activo intangible increíble y que los
emprendedores aprovechan en sus procesos de contratación”, responde Tluszcz.
Sin embargo, añade que “comparar Barcelona con Silicon Valley sería como
comparar un equipo de Segunda B con el Barça. Es un defecto típicamente
europeo, no es justo ni constructivo”.
Que no pueda equipararse a Silicon Valley (la
meca de la innovación nació de los semiconductores, impulsado por la industria
militar de EE.UU., y cuenta con unos volúmenes de financiación y talento
inalcanzables) no quita que Barcelona tenga “cosas que pocas ciudades en el
mundo pueden ofrecer”, apunta Miguel Valls. Se refiere a la calidad de vida,
ese concepto que incluye la geografía, el clima, el entorno social abierto y
cosmopolita, el conocimiento de idiomas, el mar, las infraestructuras. “No lo
tenemos todo todavía. Pero avanzamos”. El impulso que necesita ahora el
ecosistema son más historias de éxito. “Estamos aún lejos del círculo
virtuoso”. Hace veinte años, Pep Vallès vendió Olé a Telefónica y después nunca
más se supo de él. Pero en un ecosistema de éxito, los emprendedores deben
poder crear y vender empresas varias veces en su vida: “Crear un círculo
virtuoso es eso. Aportar experiencia, networking, invertir, mentorizar otros
proyectos”, señala Miguel Valls.
“Una de mis preocupaciones es la poca
utilización de las stock options como herramienta de compensación, y eso creo
que es tanto culpa de las empresas como de los empleados”, apunta Tluszcz. “Los
empleados no confían, y los empresarios son reacios a compartir la parte
positiva del éxito”. Y lo dice como presidente de Wix: “Una empresa cotizada en
el Nasdaq en la que, gracias a la política de stock options, de los 2.000
empleados, 150 son millonarios en dólares. Este ha sido una de las claves del
éxito de la empresa: empleados motivados e incentivados”.
“En Barcelona todavía falta mucho capital. No
hay el dinero que se encuentra en Londres o en Berlín”, reconoce Valls. “Eso se
arregla creando vehículos de inversión y demostrando que el ecosistema es
dinámico, que haya un flujo de operaciones enorme: no sólo de la gente de aquí,
sino también de los que vienen de fuera”. La captación de talento es
importante, pero también lo es, más si cabe, la retención. “El Pier 01 está muy
bien para retener talento. ¿Dónde en Europa se está mejor que aquí?”, asegura
Valls.
Los ingredientes históricos –la geografía y
el clima atractivos, el ambiente tolerante y multicultural– se suman a la
existencia de buenas universidades y mejores escuelas de negocios (Esade e
Iese) y la implicación de las administraciones públicas (Barcelona Activa, Acció,
Enisa: se calcula que cerca de la mitad de las start-ups reciben algún tipo de
financiación pública).
“El ecosistema ha tardado cierto tiempo, pero
está construido sobre sólidos fundamentos, en los que confluyen emprendedores,
inversores y asesores. Combinado con el carácter emprendedor catalán y una
población cosmopolita, resultan los componentes de un ecosistema realmente
genial”, define Tluszcz.
El creador de Founders Institute, Adeo Ressi,
opina que “Barcelona tiene como hecho distintivo su capacidad de formar equipos
multidisciplinares, que se encuentra poco en otras ciudades y que da lugar a
empresas técnicas y creativas. Además, es relativamente económico vivir aquí.
Barcelona y Berlín son ciudades europeas similares, con mucha diversidad de
talento y bajo coste de vida”.
En gran medida gracias al efecto de la
celebración del Mobile, el perfil de las start-ups ha evolucionado en el tiempo
y cada vez ganan más peso las empresas de base más tecnológica. Según las
cifras del Barcelona Tech City, el grueso de la actividad de las start-ups del
ecosistema se concentra en software de internet y de móvil, aplicaciones para
viajes y ocio, tecnologías de la salud y biotecnología.
Es frecuente asociar los ecosistemas
digitales a burbuja, valoraciones millonarias o a sonados fracasos. El sector
tiene el reto de poner en valor la base tecnológica: por ejemplo, es poco
conocido, fuera de los círculos expertos, que Barcelona es uno de los primeros
centros europeos en computer vision e inteligencia artificial: gracias a las
universidades (UPC, Autònoma y Pompeu), al Centre de Visió per Computador y al creciente
número de start-ups.
La biotecnología merecería un capítulo
aparte. Aún son menos empresas y más pequeñas, pero ya se han empezado a
producir algunos éxitos (como la reciente venta de Stat por 154 millones de
euros), lo que, junto a los reconocidos centros de excelencia médica, ha
situado ya claramente a Barcelona en el mapa mundial del sector. “Nos parecemos
más a Boston que a Silicon Valley: por tamaño, por cultura y por sectores”,
apunta Miquel Martí, consejero delegado del Barcelona Tech City. La asociación
se ha convertido en la referencia del ecosistema, al conseguir poner de acuerdo
a administraciones, empresas tractoras, incubadoras y aceleradoras, entidades
de formación y emprendedores y empresas.
Martí apunta que los retos del ecosistema de
la ciudad ahora son potenciar la transferencia tecnológica (incorporar a las
universidades la mentalidad de lanzar producto y servicio al mercado, como sí
hacen en Israel o Boston); que la digitalización de las grandes corporaciones
se haga conjuntamente con el ecosistema emprendedor (que empresas tradicionales
se acerquen más al ecosistema start-up) y atraer a más organizaciones
internacionales para seguir subiendo el nivel del ecosistema. Coincide en gran
parte con Romero: “Hay que aumentar el número de start-ups (en Tel Aviv hay
5.000); aumentar las conexiones con otras start-ups y ecosistemas del mundo,
para ganar relevancia ante los venture capitals; continuar captando talento
internacional y atraer nuevos innovation hubs de multinacionales y más proyectos
de corporate venturing; y generar más casos de éxito.
Barcelona está consolidada en el top 5 de los
ecosistemas digitales europeos (los rankings van de ciudades, no de países).
Pero no basta estar, hay que mantenerse, y todas están en la carrera de parecerse
lo más posible a Silicon Valley. “No se trata tanto de competir sino de buscar
sinergias y alianzas”, dice Romero. Añade: “Con Madrid y con Amsterdam, para
ser fuertes ante Silicon Valley. Y con Silicon Valley, para ser fuertes ante
Shanghai. Cuanto más conectados, mejor posicionados”. Tluszcz se reconoce un
optimista sobre Barcelona y lo tiene claro: “El éxito está asegurado”.
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