Los viejos estereotipos
femeninos se agotan: hoy la sensualidad no va de ir escotada
En el último año (el cambio
comenzó hace tiempo, pero la aceleración ha sido brutal sobre todo en los
últimos seis meses) muchos de los viejos estereotipos femeninos han
sido derrumbados. Todo es cíclico, pero está claro que si durante muchísimo
tiempo la mayoría identificaba la palabra sexy con la imagen de una
mujer con faldas, tacones, ceñida, de corto y escotada... (pero sin pasarse,
para no caer en la vulgaridad), ahora el paradigma es otro muy distante. El
nuevo sexy es vestir “más vaporoso, lacio, con un toque bohemio y natural...
son pocas las mujeres que se visten como las Kardashian”, explica la diseñadora
catalana Laura Sors, que está despuntando precisamente por su moda adaptada a
los nuevos tiempos.
¿Pero de dónde viene este
cambio? ¿Es una etapa más de los tumbos que va dando la moda? Pues parece
que no. Que esta vez va en serio. Lo sugieren la sucesión de movimientos que
poco a poco han ido empoderando realmente a la mujer. Actuaciones como el
#theREALcatwalk (la verdadera pasarela), que durante varias temporadas
hicieron su contradesfile a Victoria’s Secret. O como el #ImNoAngel, surgido
también con la idea de normalizar la diversidad y “que todas las mujeres se
sientan fortalecidas, fuertes y hermosas sin que ningún medio de comunicación
les dicte cuales son sus defectos y cómo deben cambiar”, como no se cansa de
repetir la modelo de tallas grandes Ashley Graham.
También ha tenido su efecto en
esta “desexualización” de los estilismos femeninos la presencia cada vez más
imponente del mercado de Oriente Medio, que ha empujado a muchas marcas a dar
opciones a la denominada moda “modesta” (la que entiende el uso del hijab como
algo natural). Pero está claro que fue el huracán del #Metoo de hace poco más
de un año lo que sumó el empuje definitivo. Con la fuerza del caso Weinstein y
la ola de denuncias posteriores en los más diversos ámbitos, las celebridades y
la industria de la moda han asumido que no tienen más remedio que regirse por
estereotipos más próximos a la nueva realidad que reclaman tanto mujeres como
hombres.
“Nos hallamos inmersos en
plena era post #Metoo, y se advierte un cambio de valores que afecta
directamente a los ideales estéticos que determinan el grado de belleza de un
hombre o de una mujer”, explica Marta Marín, profesora de Estética de la Imagen
en la facultad de Comunicación y Relaciones Internacionales Blanquerna de la
Universitat Ramon Llull. Según esta especialista, “los arquetipos de belleza
masculina basados en la valentía, la fortaleza, el liderazgo y el éxito se
desdibujan y pierden relevancia. Y los de belleza femenina se muestran también
volubles, de modo que ciertos atributos como la delicadeza, la afabilidad o la
sensibilidad ya no son de rigor. Todos estos valores se hibridan, se entrelazan
y, de manera lenta y progresiva, no se adecuan a una cuestión meramente de sexo
sino de personalidad”.
Así es como se va acabando (o
eso parece, con excepción de algunas celebridades que no se rinden, como Nicki
Minaj o las Kardashian) lo de enseñar por enseñar. Parece que llega el final de
esa sexualización exagerada y esa gratuidad con que se exponían los cuerpos
femeninos en la moda y en la pantalla y que, no hay que olvidarlo, se está
denunciando desde los años setenta como un indicador de desigualdad y abusos de
la industria. Ni en el cine ni en la moda tiene demasiado sentido seguir
nutriendo ese enfoque. Y también queda desfasado el naked dress (o lo que es lo
mismo, mostrar el máximo posible de centímetros de piel) que arrasaba hace sólo
dos años en la mayoría de las alfombras rojas, donde ahora se ven más pantalones
que nunca.
Las voces femeninas que pugnan
por el confort antes que la sensualidad se han ido haciendo cada vez más
fuertes, y la moda (y sus grandes embajadoras, que son las famosas y las
celebridades) ha tomado nota del cambio. Hasta el punto de que la propia
Rihanna apartó por unas horas sus ansias de provocación cuando lanzó hace unos
meses su línea de ropa interior (con desfile incluido) apta para todas las
tallas. Y todas las etnias.
Eso sí, anteayer rompió
internet con sus fotos de promoción para animar las ventas navideñas de su
lencería caracterizada como una diosa tropical semidesnuda...
Pero el momento clave que
confirma que la sensualidad va por otro camino llegó hace un mes escaso. Ni más
ni menos que de mano de Victoria’s Secret. En la pasarela que ensalzó y lideró
esa corriente de exhibicionismo puro por mucho tiempo (mostrando el más viejo
de los estereotipos: modelos con alas que sugieren que las mujeres perfectas
deberían de ser, además de guapas, dulces y bondadosas), volvió a confiar en
sus ángeles de medidas perfectas (con las que cada vez se sienten identificadas
menos mujeres), pero diseñó para ellas looks mucho más pausados. Menos
transparencias, menos puntillas, menos provocación y un toque decididamente
fitnético (en la foto final había mallas y sujetadores deportivos por primera
vez en la historia de la marca) son las claves con las que la firma pretende
recuperar un mercado que se le estaba escapando de las manos.
Marta Marín entiende que hemos
redefinido el concepto sexy, pero tanto para ellas como para ellos: “Un hombre
puede mostrarse seguro de sí mismo y ser sensible al mismo tiempo. Una mujer
puede ser delicada y, al mismo tiempo, ser extremadamente fuerte y exitosa. Los
perfiles rígidos se desdibujan, y se contempla la posibilidad de que existan
caracteres poliédricos, que presentan facetas múltiples que se revelan de modo
distinto según la ocasión”. Por eso hay celebridades que siguen, como Rihanna,
en su línea de vestir lo más apretado y curiosamente lo reivindican como un
derecho feminista (en inglés se llama bodyco n, de body conscious, esta
reafirmación de exhibir el cuerpo), y algunas marcas (Saint Laurent en sus
propuestas veraniegas presentadas en febrero en la pasarela de París, por
ejemplo) que siguen tirando de esa exhibición que, hoy en día, resulta casi
impúdica. Pero la mayoría de los indicadores en esta época del post #Metoo
trazan otros derroteros para la moda. Los aspectos más recatados, rayando lo
monjil. parecen tener ahora más fuerza que mostrarlo todo.
En sus colecciones de la
temporada primavera verano de este 2019 que está al caer, son muchos, incluido
J.W. Anderson (director creativo de Loewe), los que apuestan con fuerza por ese
recato máximo. Faldas largas, cuellos vueltos y ausencia casi total de escotes
y provocación son la pauta de lo que él defiende como la nueva sensualidad.
También Gucci, la firma que mejor se ha posicionado entre el ansiado público
millennial con sus guiños geek, como la otrora supersugerente Versace (recién
vendida a Michael Kors), se han desviado del camino de la provocación
tradicional con siluetas oversize. ¿Más intentos para apuntalar este cambio
radical? En sus desfiles de febrero para presentar la moda veraniega, Comme des
Garçons transformó a los modelos en dinosaurios. El francés Julien David les
puso caretas de perro y bautizó su colección Laboratorio humano, y el belga
Walter Van Beirendock los mutó en cerdos.
A principios del siglo pasado,
en la década de 1910, la mujer ceñía su cuerpo en corsés. Ser sexy pasaba por
tener los hombros caídos, la cintura estrecha y el cuello largo. En los años
veinte cambió al look flapper (en constante movimiento); en los
treinta, busto y curvas se impusieron, y en los cuarenta, antes de la guerra,
se buscaba un aspecto más fuerte y más sano. En los cincuenta, arrasó Marilyn
Monroe y el aspecto superfemenino que en los sesenta cambió por la
superdelgadez de Twiggy. El auge del feminismo en los setenta (con iconos como
Farrah Fawcett como bandera) cedió lugar en los ochenta a la era de las
supermodelos saludables como Cindy Crawford y compañía y en los noventa al
momento casi insano del heroin chic capitaneado por Kate Moss. Los 2000
ensalzaron el espíritu fitnético; en la década del 2010 surge ya la
celebración de los cuerpos reales (como la modelo de tallas grandes Ashley
Graham). Y ahora es plena época de la individualidad y acentuación de la
personalidad.
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