El Museo de Brooklyn evoca a través de 650 objetos los años dorados del mítico club neoyorquino, escenario de noches de excesos, música disco y los famosos más ‘cool’
Hubo muchos momentos de esplendor en el legendario Studio 54 de Nueva York. Uno de los más estrafalarios, y la lista es larga, lo protagonizó Bianca Jagger en 1977. Celebró su treinta cumpleaños montada en un caballo blanco, al trote por la pista. A Richie Williamson, sin embargo, hay otras escenas que todavía le impresionaron más. A bote pronto le viene a la cabeza la pasarela que organizó la diseñadora Betsy Johnson. Todas sus modelos eran prostitutas.
Entre sus evocaciones también
irrumpe aquella fiesta de San Valentín en que se cubrió el recinto con césped.
Plantaron cerezos en flor. La entrada era una laguna en la que flotaban los
lirios. Y a los camareros los vistieron de cupidos, alas y arco incluidos,
cumpliendo la regla de la casa: “detalles, detalles y detalles”,
recalca. Williamson, memoria viva del establecimiento del 254 Oeste de la
calle 54 de Manhattan, desgrana sus pensamientos y llega a una conclusión. “Creo
que Jackie Kennedy Onassis es la única persona famosa a la que no vi allí”.
Sus recuerdos afloran en las
salas del Museo de Brooklyn donde se ha abierto la exposición Studio 54:
Night Magic, la muestra en la que se explora la estética pionera y el impacto
vigente del memorable club neoyorquino.
Se entra y el visitante se
encuentra con Truman Capote, Michael Jackson, Liza
Minnelli, Mick Jagger, Cher, Al Pacino, Grace Jones (cantando
y apuntando al público con una pistola), a Elton John bailando con Divine o a
Farrah Fawcet y Sylvester Stallone haciendo lo propio. La lista sería
interminable.
La recreación de Studio 54 en
una de las grandes instituciones de la ciudad confirma su enorme radio de
influencia en diversos ámbitos –el clubbing, el cine y la televisión, la
moda, la música, la cultura pop- que perdura todavía. Sin olvidar que esa
conversión en pieza de museo supone una
institucionalización de gran parte de aquello que se consideraba transgresor.
“Era un lugar de libertad”,
remarca Williamson, que estuvo implicado como diseñador desde los preparativos para la apertura, el 26 de abril de 1977,
hasta el cierre de la época dorada, el 2 de febrero de 1980. Junto
a su colega Dean Janoff, en su empresa Aerographics, crearon decorados
ambientales y montajes para la pista de baile necesarios en cada fiesta, que
eran casi a diario. Williamson y Danoff pergeñaron una de las señas de
identidad, la escultura Luna y cuchara que colgaba en el interior.
“Había ricos, pobres, famosos,
gays, una experiencia gloriosa”, subraya. Pero mandaba una estricta política de
puerta. “Había gente que no lograba entrar porque
no se la consideraba cool, porque no tenía estilo, con camisas de poliéster o
unos zapatos equivocados. Los trajes formales tampoco encajaban ni las mujeres
con peinados ordinarios. A veces resultaba difícil, había gente que se
encolerizaba”, rememora. La banda Chic escribió la canción Le Freak porque
les denegaron el acceso a la fiesta de fin de año de 1977.
Tras cuatro décadas se
mantiene esa aura mágica del momento llamado Studio 54, auspiciado por obra y gracia de Ian Schrager y Steve Rubell, dos emprendedores
de Brooklyn que forjaron su amistad en la Universidad de Syracuse (estado
de Nueva York).
La locura disco de los años setenta ofreció un respiro cuando Estados Unidos salía de la guerra de Vietnam, en plena depresión por el escándalo del Watergate (el presidente Richard Nixon tuvo que dimitir en 1974) y el país se hallaba metido en las luchas de liberación por la igualdad racial, de género y sexual.
La Gran Manzana estaba al
borde de la bancarrota. Campaba la delincuencia de manera rampante y ardían
edificios. Cuantiosos vecinos emprendieron la diáspora. Esto propició que el
precio de la vivienda cayera en picado, circunstancia que atrajo a artistas y personal de la farándula. Se produjo
una afluencia de talento que galvanizó la escena musical de la ciudad. Muchos hicieron suyo el mantra de Andy Warhol: “el éxito era un
trabajo en Nueva York”.
La irrupción de Studio 54, un
relámpago en una botella, emergió como una joya en medio de los cristales
rotos, la cueva de Aladino entre los palacios pornográficos del centro de la
isla, como algunos lo describen. Schrager y Rubell transformaron un viejo
teatro (luego reconvertido en estudios de la cadena CBS) y reconfiguraron el
paisaje nocturno.
“Si antes nada se asemejaba a
Studio 54, donde el verdadero polvo de diamante caía desde el techo a los
bailarines como nieve intergaláctica, lo que parece seguro es que no volveremos
a ver nada similar”, según The New York Times.
La muestra reúne unos 650
objetos que trazan su ascendente en la noche neoyorquina, desde piezas de arte
(dibujos, pinturas, películas) a cosas que rinden tributo al club: diseños de moda, fotografías, portadas de diarios, vestidos
de alta costura, zapatos de tacón de plataforma, el carnet de bebidas para los
VIP que diseñó Andy Warhol (un fijo), listas de invitados,
libretas de anotaciones, telegramas o el collar de zafiros que Elizabeth Taylor
lució en una juerga en 1979, un regaló de su marido, Richard Burton, por su 40
cumpleaños.
De fondo, sonido disco. I
will survive de Gloria Gaynor nació en ese escenario como himno moderno de
los derechos de todos y la aceptación. El impulso se debió a Richie Kaczor, el
primer DJ de Studio 54. Esa canción era la cara B de Substitute. Kaczor la
pinchaba con frecuencia, a diario, y la convirtió en un clásico.
“Studio 54 representa la
altura visual de la era disco en América, gente glamorosa, en moda glamorosa,
rodeada de luces brillantes y purpurina”, sostiene Mathew Yokobosky, curador de
la exposición. “En un periodo de crisis económica, ayudó a Nueva York a cambiar
su imagen”, añade.
Yokobosky, que creció en una
pequeña localidad de Pensilvania, nunca pisó el auténtico Studio 54. Pero
conocía bien su música y seguía todo lo que se publicaba. Se mudó a Nueva York
a finales de los setenta. Los 33 meses de esplendor del club ya expiraban por
entonces. Schrager y Rubell cumplieron meses de cárcel por evasión fiscal.
Poco antes de dejar la Casa
Blanca, en enero de 2017, el presidente Barack
Obama le concedió el perdón a Schrager. Demasiado tarde para Rubell, que falleció en 1989 como consecuencia
del sida.
El verdadero final de Studio
54 no se produjo por el encarcelamiento de sus inspiradores. El cierre lo
certificó en realidad esa enfermedad que marcó el fin de una época. “Studio 54
es el último símbolo –suspira Richie Williamson- de la vida nocturna y la
diversión en el Nueva York de aquel tiempo”.
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