Virgil Abloh fue despedido en una pasarela de Louis Vuitton este jueves en París, donde su equipo de estudio hizo una extensa reverencia en el final de un show construido alrededor de una casa de los sueños de color azul maya.
Atletas de parkour y gimnastas;
bailarines de break dance y mimos y una orquesta de 20 integrantes llamada
Chineke !, dirigida por Gustavo Dudamel, interpretando una partitura Tyler,
inspirada en conversaciones con Abloh. Esta fue su última colección para
Vuitton.
Al final, todo el público,
unas 400 personas, se levantó en aplausos al diseñador estadounidense, que
falleció el 28 de noviembre, a los 41 años, tras una larga enfermedad, cuya
gravedad se mantuvo en secreto hasta su fallecimiento.
"Dentro de mi práctica,
contribuyo a un canon negro de la cultura y el arte y a su preservación. Por
eso, para preservar mi propia producción, la grabo largamente", rezaba un
comunicado de Abloh de 2020, contenido en un extenso folleto del programa.
También incluía una octología, o resumen de sus ocho desfiles de Vuitton, según
Virgil Abloh; una colección de motivos y detalles; un manifiesto de diseño; una
ideología del upcycling; un vocabulario según el diseñador y un recorrido por
el show. Además de laborioso, Virgil era también un tipo locuaz.
Incluso antes de que el primer
modelo apareciera en la pasarela, un trío de chicos de parkours estaba
realizando acrobacias que desafiaban la gravedad en lo alto de múltiples
escaleras, dignas de un óleo de Giorgio De Chirico. Lo hacían a una velocidad
increíblemente lenta.
El surrealismo fue el motivo
principal del desfile, desde los sueños arquitectónicos de De Chirico hasta las
imágenes elegíacas del pintor impresionista Gustave Courbet, que se utilizaron
como estampados en abrigos y redingotes. Abloh nunca tuvo miedo de tomar ideas
de otras fuentes, aunque siempre les dio su toque de lujo callejero.
A lo largo de todo el desfile,
su elenco 67 se paseó, hizo mímica y caminó por el gigantesco escenario del
Carreau du Temple, un imponente mercado de finales del siglo XIX construido con
hierro forjado y cristal. Una mezcla de pradera hundida, casa de madera; una
vivienda de huéspedes rural y una enorme mesa de comedor, todo en azul maya,
alrededor de la cual se sentó la orquesta. Todo ello presenciado por una
primera fila que incluía al mecenas de Vuitton, Bernard Arnault, y a la mayoría
de sus hijos; junto con una nomenclatura de artistas y músicos negros.
La apertura, inesperadamente
de negro, con un sobrio traje negro y seguido por un joven con un abrigo de
enterrador, agarrando un ramo de flores de tela envuelto en papel de periódico.
Casi como un contragolpe a los que le tachan de mero fabricante de streetwear
de lujo, Abloh envió varios ejemplos de sastrería nítida.
"'Streetwear' es el término
más mal utilizado de la década de la moda. Streetwear es una comunidad, el
'streetwear' es una mercancía", arremetió Alboh en el programa de su
desfile.
Aunque el corazón de este
desfile eran los ingenuos e infantiles personajes de dibujos animados que no
dejaban de aparecer en la alfombra roja de estrellas del rock: parcas
enfadadas, magos chiflados, abejorros indignados y Top Cat con sacos de
vagabundo. Pantalones de jogging, gabardinas de nylon de gran tamaño, chaquetas
universitarias o cazadoras vaqueras con monogramas.
Antes de que todo el evento se
desbordara aparecieran tres ángeles en mezclas de crudo, masilla y blanco, con
atuendos sacerdotales, sotanas y equipo monástico: alas gigantes de encaje que
brotaban de sus hombros. Una sensación de paraíso de la moda en la tierra y de
querubines reuniéndose con el diseñador.
Fue entonces cuando
aparecieron los 30 empleados de su estudio, cada uno de ellos vestido con los
colores del atardecer de la invitación y el número 8, en representación de los
ocho desfiles que acabó organizando para Vuitton. Aplaudiendo a su difunto
diseñador, con lágrimas en los ojos, abrazando a los miembros del reparto,
aunque sin saber muy bien qué hacer o hacia dónde dirigirse. Diciendo su último
adiós a Virgil Abloh. Se ha ido pero no se ha olvidado. En cada casa de los
sueños se sufre una pena.
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