Música, cine y
libros consolidan el sistema de tarifa plana, todavía injusto con el artista
La aprobación por parte
del Parlamento Europeo de la polémica directiva que reforma la
normativa relacionada con los derechos de autor pone sobre el tapete
la actual situación del mercado digital de la cultura. La votación
favorable del pasado miércoles es, en el fondo, una manera de encarar la
cuestión del canon que deberían pagar las plataformas a los medios de
comunicación y a los autores de contenido cuando lo reproduzca. Se trata, por
ejemplo, que plataformas como Google, Facebook o YouTube (y sólo ellos)
desarrollen mecanismos para controlar que los contenidos que comparten los
usuarios respeten los derechos de autor. Este primer paso de un proceso que
como muy pronto no finalizará hasta dentro de un año, llega una escena cultural
como la española que vive en propia carne y en distinto grado la implantación
del paradigma digital y, sobre todo, nuevos modelos de consumo cultural.
El mercado de la música en España tiende a la
estabilización de un escenario radicalmente nuevo, marcada por la revolución
que iniciaron hace unos años las plataformas de música en línea. El año pasado
experimentó la industria musical, por primera vez, una mayoría de ventas
digitales gracias al aumento del streaming . La distribución de los ingresos
generados por la música digital grabada en 2017 es clara: de los más de 150
millones de euros facturados ese año, aproximadamente 138,3 millones
procedieron de la descarga, lo que representó el 90,7% del total. Dentro de
dicho apartado de ingresos destacaron los originados por las suscripciones, que
ese año ascendieron a unos 84 millones... una prueba de la enorme aceptación de
los servicios de Spotify o Apple Music.
Es tal la implantación de estas plataformas,
que el ejemplo se ha extendido como demuestra que iTunes tiene su propia
plataforma (Google Play) o que YouTube ya tenga su propio servicio de
streaming.
Y eso que, como recuerda
Enric Pedascoll, director de la discográfica barcelonesa Satélite K, en el
momento actual, YouTube es el canal musical número uno en recaudación: “La
forma más seguida de consumir música en el mundo es través de los ojos”. Las
medidas aprobadas el miércoles en Bruselas evitan sobre todo en el ámbito
musical “que haya más liberalización del mercado, en el sentido de que se
puedan pagar menos a los autores y a las compañías discográficas respectivas
por los derechos de las músicas comercializadas”. “Otra cosa –añade Pedascoll–
es el valor que actualmente estas grandes plataformas les dan a las descargas,
que es muy baja. En España lo que acaba percibiendo el autor de la música
muchas veces son cifras sonrojantes, lo mismo que lo que reciben las compañías
editoras”.
La escena se ha estabilizado tras un proceso
acelerado de adaptación. No hará mucho más de un lustro que la gente compraba música
en el universo digital, ya fuera canciones sueltas ya fuera (más
excepcionalmente) álbumes completos. El fenómeno iTunes parecía imparable, pero
de la misma manera que llegó se ha ido yendo, ante el empuje imparable de una
forma de consumo más cómoda, menos onerosa y que, en principio, ayuda además a
descubrir nuevas músicas y nuevos autores.
Y en el caso del mercado español con el
significativo hecho añadido –como coinciden en señalar numerosas discográficas–
del secretismo con el que la SGAE rodea los acuerdos que tiene establecidos con
las mencionadas grandes plataformas digitales, de tal manera que no es
aventurado decir que lo que perciben los autores del mundo digital español
procedente delstreaming no representa mucho más que el 1 por ciento de la
recaudación total.
Tarifas públicas, acuerdos privados
En el terreno audiovisual, los acuerdos sobre
derechos de autor se caracterizan por un cierto secretismo. Las partes
concernidas (plataformas y entidades gestoras de derechos) obviamente conocen
los datos concretos, pero no así los usuarios ni los medios de comunicación.
Porque ni Netflix ni MoviStar ni HBO ni el resto de plataformas hacen públicos
sus datos de suscripción. La información disponible al respecto la proporciona
la Comisión Nacional del Mercado de Competencia. Pero, basada en una encuesta
estatal, se refiere de manera genérica el número de clientes por cada
plataforma, sin desglose por contenidos.
Las compensaciones a los autores por las
películas y series de visionado a la carta vía digital –sea en transmisión
directa (streaming) o en alquiler o compra– se negocian por tanto con cláusulas
de confidencialidad de por medio, aunque en función de unas tarifas muy
complejas que sí son oficiales y públicas. Los precios se diferencian según el
tipo de producto o modalidad de visionado.
Según la directora de Mercados Digitales de
la Sociedad General de Autores (SGAE), Cristina Perpiñá-Robert, en España las
plataformas audiovisuales no se ven directamente afectadas por la propuesta de
reforma que la Euro- cámara aprobó el miércoles en Estrasburgo. Sin embargo, la
directiva que se tramita viene a extender al conjunto de la UE unos derechos
similares a los ya establecidos aquí y en algunos otros países miembros pero no
en todos; unos derechos que en España están plenamente reconocidos –tanto en la
autoría de la parte visual como en la literaria o de guión y en la musical– con
carácter de “remuneración irrenunciable”. La generalización de tales derechos
en una concepción muy similar a la que aquí opera “nos favorece”, añade
Perpiñá-Robert, primero porque ninguna plataforma podrá mostrarse sorprendida
por la fórmula que aquí se utiliza, y en segundo lugar porque los autores
españoles podrán percibir en toda Europa los derechos que tienen aquí ahora.
Tarifa plana en libros: un mercado pequeño,
pero al alza
La oferta de las tarifas planas de ebooks
presenta, en España, un perfil muy bajo todavía, por su escaso volumen, aunque
va creciendo progresivamente cada año y manifiesta una clara tendencia al alza,
pues ha pasado de suponer el 0,5% del negocio digital en el 2014 hasta el 5,2%
que alcanzó el año pasado.
El conjunto de la facturación del libro
digital creció un 14% en el 2017 y se calcula que, sin incluir libros de texto
ni académicos, el sector mueve unos 38 millones de euros. El principal problema
es que las principales plataformas (Nubico, 24Symbols, Kindle Unlimited,
Scribd, Skoobe…) ofrecen, cada una, títulos atractivos que no se encuentran en
las otras, con lo que el lector voraz que disfruta a los autores de todos los
sellos debería suscribirse a varias. Seguramente, el futuro pasa por
agrupaciones de algunos de estos canales o por más contenidos compartidos en
varios de ellos.
Asimismo, existen editores
reacios a incluir sus novedades en estas ofertas de pago fijo mensual. Y muchas
de las novedades tardan al menos tres meses en ofrecerse en tarifa plana. Las
tarifas, eso sí, están todas por debajo de los 10 euros mensuales y ofrecen la
posibilidad de leer ilimitadamente cuantos títulos se quiera, en cualquier
soporte (ordenador, tablet, smartphone, ebook…).
El éxito de estas plataformas depende, a
menudo, de que se integren en las ofertas de las operadoras de telefonía, lo
que multiplica su número de suscriptores. Nubico, en este sentido, con más de
40.000 libros y 60 revistas, depende de Movistar y el Grupo Planeta; la pionera
24Symbols agrupa a las editoriales independientes más importantes, como
Anagrama, Roca, Salamandra o Duomo; y Kindle cuenta con 800.000 títulos –la
mayoría en inglés– y la estructura del gigante mundial Amazon, lo que le da una
situación de privilegio en el mercado global.
Algunos de ellos ofrecen audiolibros o cómics
y casi todos permiten la modalidad de lectura gratuita al principio, para que
el cliente pruebe el servicio. Todos los responsables consultados saludan la
iniciativa europea de protección del copyright y argumentan que “no tenía mucho
sentido que solo tuviéramos que ser nosotros los que controláramos
preventivamente que no nos roben contenidos, con toda la inversión que supone,
los buscadores también deben asumir su parte de responsabilidad”. Pero, a la
vez, afirman que “la piratería no nos afecta del mismo modo que a la música y
al cine. Nosotros, moviéndonos, en parámetros siempre legales, ya estábamos
creciendo cada año”.
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